Algunas madres se sienten cuestionadas y consideran que deberían pasar mayor tiempo con sus hijos; piensan que de ser así, los hijos lograrían un mejor desarrollo físico, emocional y social.
En relación con este tema hay posiciones encontradas. Algunas, como las del doctor Robert Cairns de la Universidad de California explican que: "se creía que el primer año del niño era la única época en que la mamá podría ejercer un fuerte impacto en su desarrollo intelectual y social. Pero eso no es tan sencillo como se creía, pues la crianza de los hijos no es solamente compromiso de vínculos afectivos". Los hijos pueden hacer otros vínculos con otras personas del grupo familiar ampliado como los abuelos, tíos, primos, que ofrecen otras posibilidades de desarrollo emocional de los niños.
Otros autores consideran que es básico que la madre acompañe al hijo en la etapa inicial, debido a que con ella establece los vínculos que dan los cimientos a las relaciones que ellos establecerán en su vida adulta y, además, consideran que estos vínculos son los pilares del desarrollo de la autonomía e independencia, lo que les facilitará asumirse como adultos maduros y responsables. Entre estos dos extremos se da que las madres tienen sentimientos de culpa, que a su vez generan un sentido de abandono en sus hijos y se ven abocadas a asumir conductas de sobreprotección y permisividad, que son desfavorables para el sano desarrollo de los hijos.
Otro asunto preocupante para la madre trabajadora es la necesidad de cumplir a cabalidad todas sus funciones: se le exige como madre y como trabajadora, se le obliga a hacer todo a la perfección, y de igual forma, ella exige a los hijos un comportamiento similar, por lo que es fácil que se conviertan en madres intransigentes que quieren que, al igual que ellas, los hijos asuman responsabilidades extremas y que
se destaquen en los diferentes contextos.
Pero, el desarrollarse como mujer, con una imagen encantadora que le permita estar a la altura de los patrones que la sociedad demanda y al mismo tiempo ser una eficiente trabajadora, competitiva, capacitada y realizada como madre en la crianza de sus hijos, con el establecimiento de una relación armónica y una estabilidad que propicie ambiente de desarrollo sano y adecuado para los hijos, no es tarea fácil.
De ahí, que es necesario prepararse para la llegada de los hijos; es importante reflexionar sobre cuál es el mejor momento, establecer prioridades, pensar si el compañero elegido para acompañarla en este proceso puede asumir el papel de coequipero que precisa para emprenderlo con eficacia.
Los hijos necesitan el contacto de ambos padres y es necesario que el tiempo sea óptimo en cantidad y calidad; no es calidad de tiempo dedicar a los hijos unos minutos antes que ellos se acuesten a dormir; es calidad de tiempo compartir con ellos, hacerlos sentir importantes, escucharlos, permitir que les cuenten sus cosas y, a su vez, compartir con ellos las propias, dialogar sobre los pequeños sucesos de la cotidianidad que a los padres les preocupan. De acuerdo con la etapa del proceso vital individual, los niños demandarán más o menos tiempo de sus padres.
Los niños pequeños necesitan dedicación de mayor tiempo porque están en el proceso de establecer y fortalecer los vínculos, pero se debe recordar que no son los padres los únicos con los que los hijos se vinculan.
Para los escolares son más significativas las relaciones con los compañeros de la misma edad, con los que compiten, se solidarizan, rivalizan y cooperan, por lo cual los padres deben estar ahí para compartir las vivencias, entender los sentimientos y ofrecer el apoyo que les permita sentirse queridos y valorados.
Con los adolescentes, que tienen los vínculos más fuertes en su grupo social, es necesario generar el espacio con calidad y cantidad para establecer con ellos una relación profunda, que les permita compartir con los padres sus vivencias y experiencias y recibir de ellos la orientación que les ofrezca la posibilidad de hacer elecciones sanas y seguras.